Friday, October 15, 2010

it's friday, I'm a blogger

Esta extraña semana de cuatro días (o tres, para los afortunados) se ha esfumado entre mis dedos como volutas de... bueno... de humo. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que esta semana no he tenido tiempo de dibujar ni un triste garabato.

Por suerte para vosotros, resulta que el 15 de Octubre es el día internacional del bloggero y he decidido celebrarlo. El tema de este año es

EL AGUA

Dos tercios del planeta Tierra están cubiertos de agua. El 65% del cuerpo humano está compuesto de agua. Hay que beber dos litros de agua al día para estar sanos. Las plantas necesitan agua para crecer. El parto es menos traumático dentro del agua.

Agua. Todo se reducía al jodido agua. Estaba hasta el moño del agua.

Todo su vida (su patética, anodina y aburrida vida) había transcurrido cerca del agua. Había nacido y crecido en un pueblo de costa, donde la principal actividad era la pesca y donde a diario los hombres se hacían a la mar para regresar con los botes llenos de pescado y marisco que malvenderían en la lonja de alguna gran ciudad. Había jugado en columpios abrasados por el salitre y la humedad, había sufrido veranos de sudor pegajoso e inviernos de hielo en lo más profundo del tuétano, sus primeros besos habían sabido a sal y algas y las gabiotas le habían robado más bocadillos de los que podía contar. Así que huyó del mar en cuanto tuvo libertad para hacerlo y se trasladó a una bella ciudad fluvial.

No fue un cambio a mejor.

Tres años después y acabada la carrera abandonó también aquella ciudad neblinosa llena de puentes y cauces secos que se inundaban con cada lluvia torrencial, donde la basura se apelotonaba en los márgenes del río, atrayendo a las mismas malditas aves carroñeras que tanto había llegado a odiar.
El día en que vio como los equipos de rescate sacaban del água el cadaver de borracho número 50 tomó la decisión y nunca se arrepintió.

La siguiente ciudad no tenía mar, ni río, pero el único lugar para trabajar era la central eléctrica, junto al embalse. Ese agua hubiera podido llegar a apreciarla si no hubiera estado ligada al trabajo. Eran aguas tranquilas y límpias, alejadas de las aves de carroña y de los borrachos suicidas, sin pescadores ni salitre, sin inhundaciones ni basura. Allí conoció a su marido y tuvo una vida casi feliz.

Casi.

En su décimo aniversario el muy imbécil le regaló un viaje a Venecia, se cayó de la Góndola y se ahogó. Su marido era de secano. Nunca había aprendido a nadar.

Oh, estaba tan, tan hasta el moño del agua...

Desde entonces había rehuído las cantidades de agua superiores a lo que pudiera llenar un videt. Se había mudado al interior, a algún lugar sin mar, sin río, sin lago ni embalse. Ni una triste piscina municipal tenía el pueblo. Hizo desmontar la bañera y colocó un plato de ducha e incluso cubrió el balcón con metacrilato y pladur. Ni un charco quería en su vida. Ya había tenido agua para llenar dos vidas, o tres.

¡Que tranquilidad! ¡Qué relax! ¡Qué vida la del secano! Fue de vacaciones al Sahara y a las pirámides de Egipto, a los Monegros y la Estepa mongola. Al Gobhi y al Death Valley, a la austera sabana en época de calor. El agua se había acabado para ella. No tenía intención de acercarse al agua nunca, nunca más.

Jodida ironía.

“El desierto de Judea es de vista obligada”, decían en el blog tododesiertos.com. Ninguno de esos listillos mencionaba nada de la época de lluvias.

Por lo visto la tierra allí es tan dura que cuando llueve no tiene tiempo de absorver el agua. Por eso el desierto tiene esas formas tan hermosas, ¿sabéis? Porque en época de lluvias se forman auténticos ríos. ¡Qué digo ríos! ¡Mares! ¡Oceanos de agua furiosa reclamando su lugar!

No podéis ni imaginaros cuanto, cuatísimo odiaba el agua. Y es que mira que hay que tener mala suerte para ahogarse en el desierto. Podéis estar seguros que eso fue la gota que colmó el vaso.

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Bueno, y para no perder la costumbre, aquí tenéis el dibujo y la canción:


 

Hale, sed buenos e hidratáos, que en otoño también es importante.

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